miércoles, 6 de julio de 2016

Soy amante de los huevos



Soy amante de los huevos. Así como el QUICO, tal y como suena. 
Adoro a esas dos pelotas gordas que cuelgan por debajo del pene. Me fascinan. Da igual que el polvo sea de horas o una follada exprés, para ellos siempre tengo tiempo.

Sopesarlos, acariciarlos, oprimirlos entre mis manos, jugar a malabares con el escroto entre mis dedos, es algo apasionante y adictivo. Más que agradable es esa sensación cárnica y maleable que rellena mis manos, un pequeño instante de poder en el que si aprietas demasiado desgracias a tu amante, y si eres demasiado suave te quedas con más ganas. Me pasaría horas tocándolos, comprimiéndolos, exprimiéndolos. Hay quien es de dedos en el culo, o de lengua en el ombligo, lo mío es el juego testicular. 

Honestamente, creo que no se les da la importancia que merecen, y a mí saben muy bien como complacerme, así que los venero y premio con estrujamientos precisamente medidos. Es un buen trato, a mí me encanta, y a ellos ni le cuento. Sobre todo cuando relevo a mis manos y es la boca la que pide guerra. Porque no es cuestión sólo de tacto, si no también de gusto y digestión y si me gusta palparlos, chuparlos ya es el delirio.

Sentir entre los labios los pliegues escrotales, lamer la intersección que los separa con mimo y desenfreno, chupar el pequeño haciendo el vacío con los carrillos, atragantarte con el grande en un instante de locura caníbal. Son el manjar del sexo, hasta que nos ponemos a follar. 

Ya entrados en materia y entrada también el pene hace un buen rato, cuando el sudor entra en su punto de evaporación, los gritos traspasan los tabiques de placer, y una comienza a cagarse en la profesión más antigua del mundo y a suplir por todo el santoral... ahí, ahí llega el momento más sublime, gozoso y perfecto para un orgasmo arrasador, cuando los cuerpos pasan a ser perros, jodiendo a cuatro patas contra el mundo, con la cabeza más allá del techo y el pene taladrándote hasta el tuétano.Sí, ahí, en ese cabalgar inconsciente y eterno, donde la vagina pierde su fondo, y las caderas se vuelven hierro, llegan esas enormes y jugosas pelotas a rebotar a cien por hora, contra mi culo, contra mis labios, contra mi clítoris dándome un placer inigualable y derritiéndome en el previo del orgasmo. 

¿ Cómo no voy a adorarlos?

Y no, ésto no viene a cuento de nada, pero ahora ya sabe que además de una diabla, no hay otra como yo tocando los huevos.

1 comentario:

  1. Si señorita diabla... muy buena elección... y para su pareja supongo que aun más

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