miércoles, 18 de enero de 2017

Crónicas Sexuales

Era tú solaz de frenesí, a quien acudías para revestirte de pasión y vehemencia, dónde volcabas tu locura en un sexo salvaje y lastimoso. No era ni tu mujer, ni tu amante, era la pupila que instruías en el arte de la seducción; la esencia con quien planeabas y efectuabas lo más indecente del amor. 

No había limites en nuestros cuerpos o en nuestras fantasías carnales, el ingenio erótico era la frontera que traspasábamos en la búsqueda de la cópula audaz. Ni yo te amaba, ni tú me amabas, eramos dos almas excomulgadas del edén por someternos a los placeres de la lúbricos del maldad y el deseo. Eras erótico, procaz e infiel porqué era de mi total conocimiento que revolcabas tu anhelo en los lienzos de otras musas; pero volvías a mi, siempre lo hacías, porque te facultaba para hacerme la más incondicional de tus esclava.

Me desvestías con furor y aún con más intensidad me penetrabas, nadando en los lagos lúbricos de mi vagina tibia. Tu miembro era rígido y carnoso, dotado de un tamaño que se extendía implacable con la dilatación. Sacudías mi torso, arremetiendo como fiera que pretende exhibir lo más misterioso de su instinto, golpeaba mis cachas que abrazaban ardiente mi glorioso sufrir. No se si gozaba o adolecía pero la sensación del orgasmo me asfixiaba, quemaba mi intimidad haciéndome desbarrar. Temblando a tu lado después del final, empapada y exhausta, reponiendo mis ganas para que transmitas una nueva cátedra de imperiosa lujuria. 

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