Empiezo a disfrutar simplemente observando como retiras la sábana que me cubre y te dedicas por entero a contemplarme. Tu sonrisa no es más que la continuación lógica de tu mirada. No decimos nada, ni nada hace falta decir, porque hay momentos en que sobran las palabras. Acaricias mis piernas de manera tan suave que siento crecer mi ansia en cada uno de mis rincones.
Pero no puedo y tus manos progresan por mi cuerpo y se detienen en la curva de mi pecho que suavemente aprietas arrancando jadeos de mis labios a la vez que lo tuyos se apoderan de mi rostro, de mi boca y de mi cuello. Callas, pero tus suspiros me dicen te deseo. Me estremezco y mis manos que víctimas de la ansiedad se deslizan por tu espalda te contestan un te deseo.
Ahora son tus labios los que se pierden por mis piernas, buscando la humedad y el calor de mi sexo. Y enmudezco porque es mi anhelo quien te habla y al que das forma con besos impregnados de deseo. Tu lengua se desplaza por mis pliegues abiertos por tus dedos. Y me llenas de sueños y verdades. No es necesario mucho más para que entres en mi cuerpo ya que solo sigues la ruta del deseo. Y así, prisionero
consentido de mis piernas me entregas la fuerza de tu cuerpo, hasta que todo acaba y te dejas caer sobre mi pecho, piel con piel, labio con labio.
Y no hemos dicho ni una sola palabra.